Un hombre estaba tan entusiasmado que no paraba de correr de un lado a otro de la plataforma agitando su bastón en el aire. Este hombre demostró una cantidad increíble de amor y gozo cuando se puso a describir cómo el Señor le había curado su artritis.
Otro hombre de mediana edad, llamado Princeworth, se había visto envuelto en un accidente de carro. Cuando el vehículo lo golpeó casi perdió su pie derecho. Su tobillo y el hueso de la parte inferior de su pierna quedaron completamente aplastados. Acababa de pasar seis meses en el hospital, donde lo habían operado tres veces, y aun así no podía caminar.
“Cuando rezamos por la sanación, la gran multitud comenzó a poner su fe en acción”.
Durante el momento de la oración Princeworth estaba sentado en la hierba junto a sus muletas. Cuando rezamos por la sanación la gran multitud comenzó a poner su fe en acción. El mar de gente empezó a moverse, algunos saltaban y otros agitaban sus brazos y se movían hacia delante y hacia atrás.
Cuando Princeworth vio todo este entusiasmo empezó a gritar para que alguien lo ayudara a levantarse. El hombre que estaba a su lado le agarró las manos y lo levantó. Su dolor desapareció instantáneamente y fue capaz de caminar. Princeworth compartió su testimonio aquella noche y regresó la noche siguiente para decir: “Pude caminar todo el día sin usar mis muletas”.
Otro hombre, llamado Edmond, era totalmente ciego del ojo derecho. Le habían diagnosticado glaucoma y la creciente tensión en su ojo izquierdo hacía que le resultara casi imposible ver. Cuando rezamos para que se sanara, Edmond se tapó los ojos con las manos. Cuando las bajó comenzó a saltar de gozo porque había vuelto a poder ver.
Otro hombre, llamado Jonas, tenía una rigidez muy severa en ambas rodillas. No podía ni arrodillarse ni doblar las piernas sin sentir mucho dolor. Cuando rezamos pidiendo la sanación Jonas puso sus manos en la cintura porque también estaba experimentando un dolor terrible en su cadera izquierda. Jonas dijo: “Podía sentir un calor que me recorría el cuerpo y bajaba por mis piernas”.
Aunque la enfermedad abandonó su cuerpo aquella primera noche, Jonas quería esperar hasta la tercera noche antes de dar su testimonio. Quería asegurarse de que la sanación había sido real. Mientras lo observaba agacharse y levantarse frente a mí como si fuera un niño ágil, le aseguré que el poder sanador del Señor era algo muy real.
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